En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

martes, 27 de marzo de 2018

La mirada del observador – Marc Behm




Publicada en 1980 y reeditada hace poco, La mirada del observador es una fantástica novela negra muy distinta a cuantas he leído y que envuelve de tal manera al lector que hace de él un observador que comparte la historia con el protagonista, un detective privado del que no sabemos ni el nombre, pero sí que está separado y tiene una hija a la que no conoce: una de las quince niñas –a saber cuál de todas- que figuran en una fotografía de grupo que le envió su esposa humillándolo con la observación de que ni sabría reconocer a su hija.

Ha pasado el tiempo, y la niña –¿cuál de esos quince rostros?- ya debe de andar en la veintena. Aunque la realidad es que el Ojo –así es como es llamado le protagonista- ya no ha sabido nada más de ella. Nada. Ni si está viva o muerta. Una investigación rutinaria le lleva a toparse con una mujer que, por su edad, bien podría ser su hija, y basta este dato para que el pobre hombre le preste una atención inusitada. Tanta, que la sigue cuando la dama en cuestión comete un asesinato motivado por su amor por el dinero.

                ¿Qué hace entonces el detective? Se convierte en su sombra. La sigue, la sigue, la sigue siguiendo por mil sitios y durante un tiempo tan prolongado que mejor ni menciono, hasta crear una complicidad con ella –unilateral, obviamente- y el extraño sentimiento de unión que todos sentimos hacia quien hemos observado mucho aunque nunca haya reparado en nosotros. Así va pasando el tiempo y la dama va engrosando su currículo haciendo que cada vez esté más cerca el momento en que la policía dé con ella. Y entonces, ¿qué? ¿Qué será del Ojo, quien, sin darse, cuenta ha hecho de ese seguimiento la razón de su vida?

                El lector, transformado en observador, en ese momento está ya tan obsesionado con la historia como el propio Ojo. El desenlace no lo conocemos hasta la última página. Un final, por cierto, maravilloso, que dota de sentido a cuanto se ha visto hasta entonces.

                Leedla.

martes, 20 de marzo de 2018

La desaparición de Patò - Andrea Camilleri

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Más desaparecida que Patò está La desaparición de Patò, novela imposible de encontrar en ningún sitio, ni en papel ni en ebook, y que incomprensiblemente no se reedita. Su lectura debo agradecerla a tener amigos con una más que notable biblioteca.

Vigàta, como siempre. Esta vez a finales del siglo XIX. El 21 de marzo de 1890 se produce un acontecimiento notable: durante la representación de la Pasión en una abarrotada plaza, Judas –interpretado por Antonio Patò, el honesto, serio y comedido contable y director de la oficina del Banco de Tinacria-, en el momento de morir desaparece lanzándose a un abismo (un agujero en el escenario), licencia artística para evitar la dificultad de escenificar un ahorcamiento sin que el actor se asfixie. Nadie vuelve a verlo jamás.

     La novela es la historia de la investigación, narrada en ese estilo «camilleresco» en el que el narrador es sustituido por una secuencia de informes, documentos y comunicaciones oficiales así como de distintos recortes de periódico, todos los cuales no solo dan cuenta de los hechos (de por sí divertidos) sino, sobre todo, de los intereses –normalmente mezquinos y vinculados al deseo de vivir sin problemas y de aferrarse al sillón- de cada uno de los intervinientes, porque si una constante hay en las novelas de Camilleri es que cada cual va a lo suyo, por pequeño que sea -salvo algún ingenuo y quijotesco personaje, que siempre hay- y no dudan en vaguear o en mirar hacia otro lado cuando nada bueno les puede acarrear lo contrario. Todo lo cual, además, está expresado con el lenguaje rimbombante de quienes intentan darse importancia a toda costa.


     La reconstrucción de los hechos parte de la rivalidad y el odio mutuo de dos cuerpos rivales: policía y carabineros. Ambos tratan de avanzar a su aire, de obstaculizar al otro o, según vengan las tornas, de escaquearse; todos eluden los problemas y buscan las medallas. Los responsables de ambos cuerpos en Vigàta gozan del visto bueno de sus respectivos superiores gracias a esa rivalidad y a las mentiras e «interpretaciones libres» con que rebozan sus informes. Así permanece la situación hasta que un prócer se interesa en el tema, momento en el cual el apego al sillón, más que la suerte de Patò, moviliza la investigación con la coordinación necesaria y en la dirección adecuada.

Claro que, como también suele ocurrir en las novelas de Camilleri, encontrar la dirección adecuada puede no ser la mejor opción para el investigador, no sea que acabe metiendo las narices donde no debe, momento en el que los «poderes fácticos», siempre tan vinculados a la corrupción y a la mafia y, desde luego con lazos allá donde hay poder, sea político o incluso religioso, se dejan notar y obligan a ingenuos y quijotescos a usar el ingenio para avanzar hasta donde razonablemente puedan hacerlo para mantener tranquila su conciencia.

No voy a contar detalles de la investigación, pero sí que de nuevo en esta obra encontramos la enternecedora mezcla de intereses vinculados a la debilidad de la carne con otros relacionados con la ambición política y económica. La suerte de Patò, del que nadie sabe si está vivo, muerto o secuestrado -porque caballero tan caballeroso no puede darse a la fuga-, se hace muy evidente a partir de cierto momento de la novela, lo cual produce la engañosa sensación de que el lector avanza desde ese punto por un camino ya conocido. Pero insisto: es una sensación engañosa, porque Camilleri, al final, da un giro inesperado que conduce la obra al final más típico de este autor: ¿a quién le importa la verdad cuando casi nadie tiene nada que ganar con ella?

Una obra divertidísima, de las primeras de Camilleri, aunque creo que ligeramente inferior a otras como La ópera de Vigàta.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El homenaje – Andrea Camilleri




El homenaje es tan breve que sorprende encontrarlo publicado de forma independiente y no como parte de una colección de relatos. Es lo que tiene la fama, que permite rentabilizar así hasta los escritos más pequeños. Hecha esta advertencia, esta brevísima obra puede identificarse como de Camilleri incluso aunque su nombre no figurara en ningún sitio, y eso que no es precisamente su obra más lograda. La acción transcurre con una rapidez inusitada, dando la sensación de que está casi tal cual salió y que con algo más de dedicación podría haber evolucionado a una novela corta con bastante más sustancia.

Italia, 1940. Vigàta. Un buen hombre es liberado tras cinco años de confinamiento por «difamación sistemática del glorioso régimen fascista», difamación que, en realidad, había sido una tontería pagada carísima. De regreso, se presenta en el Círculo Fascismo y Familia del que era socio. Todo el mundo le da preventivamente la espalda –no tanto por rechazo como por miedo a ser considerado afín a él- hasta que el más peligroso de ellos –por lo chivato- considera que hay que echarlo. Nadie osa llevarle la contraria. El «difamador» se muestra dispuesto a aceptar al expulsión, pero en medio de la discusión que otros comienzan un infarto fulmina a uno de los asistentes: un fascista de noventa y siete años.

Con esta excusa Camilleri da rienda suelta a lo que mejor se le da: reflejar cómo una parte del personal trata de medrar a costa de cualquier cosa y cómo el resto colaboran, muy a su pesar, movidos por el miedo a perder su posición, alta, baja o bajísima; a la vez, estas actitudes están motivadas a veces por situaciones particulares que tienen poco que ver con la ambición política y de poder, y mucho con la debilidad de la carne o con el deseo de aparecer ante alguien ungido de una determinada manera. El problema del «tonto el último» que se desata en la carrera por homenajear al abuelete muerto es que conforme pasa el tiempo se van sabiendo más cosas de él, y cuando lo que sale a la luz se empeña en ser contrario a la realidad oficial, los procesos de rectificación son obligatorios y sumamente graciosos, pues si fácil es imaginar a quien medra adulando y ensalzando cualquier memoria, mucho menos –y tanto más divertido- lo es verlo en el proceso de salvar su culo cuando ha metido la patita hasta el fondo.




domingo, 11 de marzo de 2018

Misterioso asesinato en casa de Cervantes – Juan Eslava Galán





El precio al que, en noviembre de 2017, compré el Premio Primavera de Novela 2015 en una librería que tenía unas ofertas buenísimas (este libro, tres euros en tapa dura cuando en blanda está ahora a más de siete), me pareció una oportunidad cuando debería haberlo tomado como una advertencia. No lo hice así, quizá porque hace tiempo leí algún otro libro de Eslava Galán y me gustó.

Menos uno, esta novela reúne todos los motivos por los que no me gusta la novela histórica. Entonces, ¿he sido tonto por leerla? Quizá. Pero he aquí mis razones: a principios de año leí (por circunstancias que no vienen al caso) Africanus, de Santiago Posteguillo, y como me había gustado a pesar de darse en ella bastantes de esos motivos, me animé a leer Misterioso asesinato en casa de Cervantes.

Cuando hablo de «motivos» quiero decir «mis» motivos. A la vista del éxito de este género, es obvio que a otros lectores atrae lo que a mí no.

Entre esos motivos solo voy a citar, porque en esta novela alcanza cotas excesivas, el afán por dejar constancia de datos, costumbres y léxico periclitados. Un afán que lleva a hacerlo de forma tan directa (y, por tanto, tan evidente) que es un atentado a la inteligencia del lector (al que se le trata como a un ignorante y al que se le niega el derecho -aparte de a serlo- a esperar que la información se filtre en la historia de modo que se le suministre sin que se note); una práctica, esta, que literariamente es un atentado, porque viene a ser como intercalar en el desarrollo de una historia, de modo constante, lo que, a falta de capacidad para hacerlo de otro modo, jamás debería pasar de nota a pie de página. ¿El resultado? Completa carencia de ritmo y avance a trompicones.

La trama es sosa y solo al final despierta algo de interés: una muchacha que lo mismo se presenta como tal que disfrazada de hombre es requerida por una dama notable para desbaratar las sospechas que se han hecho caer sobre Cervantes a cuenta del asesinato de cierto caballero en la puerta de su casa. La «investigación» transcurre al principio de modo aburridísimo, con una sucesión de interrogatorios a cuál más inane, y con eso y las disertaciones referidas que más de una vez ni siquiera vienen a cuento (y que parecen una especie de refrito aprovechando lo conocido de algunos de los avatares de la vida de Cervantes) se alcanza un final que pretende ser trepidante pero que semeja una aventura juvenil. Para colmo -y yo diría que por falta de recursos o de molestarse en buscarlos-, la resolución del misterio llega caída del cielo y en plan «jarrón veneciano»... en el que la investigadora es una oyente más de un señor que pasaba por allí. Además, ya que la acción ocurre en Valladolid y por allí pasa el Pisuerga, encontramos unos cuantos diálogos que reclaman la igualdad de la mujer, lo cual tiene poco o nada que ver con la historia y resulta anacrónico, pero ahí quedan, llenando hojas. Unamos a eso que la imitación del lenguaje de la época se da también en voz del narrador, lo cual resulta forzado, sobre todo porque no siempre se acuerda de hacerlo con rigor.

Lo que más me atraía de esta lectura era topar con Cervantes como personaje, fuera tratado de modo directo o indirecto. ¿Qué jugo no se le puede sacar bien tratado? Pero lo que he encontrado ha sido decepcionante: el Cervantes de esta novela es un personaje insípido, que no aporta nada y sobre el que ninguna reflexión se puede hacer.

La inmensa mayoría de las reseñas que hay en este blog son positivas, porque si uno se conoce como lector suele elegir bien sus lecturas. Esta vez no ha sido así. Me equivoqué. Quizá los aficionados a la novela histórica encuentren esta obra estupenda. Yo, no. Más bien me ha parecido una tomadura de pelo.